¿A quién no le gusta tener una piel luminosamente atractiva? Sí, el brillo (cuando no es por exceso de grasa, por supuesto) es una de las características más admiradas de la dermis humana y por la cual muchos cambiarían su color natural con tal de verse “bronceaditos”.
Esto es ideal en verano, cuando vamos a la playa o a algún club y lucimos sexys trajes de baño o diminutos atuendos que contrastan con el dorado de nuestra piel (en la mejor de las situaciones).
Sin embargo, más de uno quiere mantener su apariencia aún después de la época estival, aunque sin darse cuenta vaya cambiando el tono dorado por el de un marrón que no es precisamente el más saludable de los efectos del bronceado si nuestra piel no es trigueña u oscura por naturaleza.
La tanorexia (tan = broncear) es la obsesión por tener la dermis “morena”, que hace que quienes la padecen no tengan noción del tiempo y, sin importar si es verano o invierno, recurran a cualquier clase de métodos para lograrlo, desde maquillajes corporales hasta tratamientos en cabinas de rayos ultravioletas.
El problema con este último tratamiento (y por cierto, el que más se usa por la duración del efecto) es que genera adicción, ocasionada por el empleo de endorfinas, que son sustancias químicas que producen una gran sensación de relax y crean una especie de anestesia contra el dolor.
Por ello el que ingresa a las cámaras bronceadoras lo repite en muchas oportunidades. Y el acumulado de sesiones provoca fotoenvejecimiento prematuro y cáncer a la piel, haciendo que el remedio resulte peor que la enfermedad.
En tales casos, hay que acudir inmediatamente al médico para que recete medicamentos que ayuden a nutrir la dermis, como sueros tópicos con vitaminas. Pero de preferencia hay que evitar llegar a extremos y mantenernos con un buen color simplemente con la aplicación de protector solar, que deja la piel con brillo uniforme sin ningún peligro.
Fuente: Terra
Imagen: Univisión
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